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lo suelto rápidamente. Mientras busco torpemente otro, observo la mancha que brilla otra vez.
Ahora sé que no son figuraciones. Esta vez enciendo una vela y me examino la muñeca con más
atención. Tengo una ligera decoloración verdosa alrededor del rasguño. Me siento preocupado y
perplejo. Me viene una idea a la cabeza. Recuerdo la mañana siguiente a la aparición de la Entidad.
Recuerdo que el perro me lamió la mano. Fue ésta, la del rasguño; aunque no tenía noción de
arañazo alguno hasta ahora. Un miedo horrible se ha adueñado de mí, y me socava el cerebro: la
herida del perro también brilla en la oscuridad. Con una sensación de aturdimiento, me siento en la
cama y trato de pensar; pero no puedo. Mi cabeza parece obnubilada por el puro horror de esta
nueva aprensión.
»El tiempo transcurre sin sentir. Me levanto, y trato de persuadirme a mí mismo de que estoy
equivocado; pero es inútil. En el fondo, no tengo la menor duda. Hora tras hora, permanezco
sentado en la oscuridad, en silencio, y tiemblo de desesperación.
»Ha transcurrido el día, y es de noche otra vez.
»Esta madrugada le he pegado un tiro al perro y lo he enterrado entre los arbustos. Mi hermana se
ha sobresaltado; pero estoy desesperado. Además, es mejor así. La horrenda excrecencia casi le
había cubierto el costado izquierdo. En cuanto a mí, la mancha de la muñeca ha aumentado
perceptiblemente. Varías veces me he sorprendido a mí mismo rezando pequeñas jaculatorias
aprendidas de niño. ¡Dios, Dios Omnipotente, ayúdame! Me volveré loco.
»Han transcurrido seis días, y no he comido nada. Es de noche. Estoy sentado en mi butaca. ¡Ah,
Dios! Me pregunto si ha sentido nadie jamás el horror de la vida que he llegado a conocer. Estoy
ahogado de terror. Siento crecer continuamente el fuego de esta espantosa excrecencia. Me ha
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HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA
cubierto todo el brazo derecho y el costado, y empieza a extendérseme por el cuello. Mañana habrá
mordido en mi cara. Me convertiré en una horrible masa de corrupción viviente. No hay
escapatoria. Sin embargo, se me ocurre una idea, ahora que veo el armero, al otro lado de la
habitación. Lo miro otra vez con el más extraño de los sentimientos. La idea va tomando cuerpo en
mi espíritu. Dios, Tú sabes, Tú debes saber que la muerte es mejor, sí, mil veces mejor que Esto.
¡Esto! ¡Jesús, perdóname, pero no puedo vivir así, no puedo, no puedo! ¡ No me atrevo! No existe
ninguna ayuda para mí... y no se puede hacer otra cosa. Al menos, me evitaré el horror final...
»Creo que me he adormilado. Me siento muy débil y muy desdichado; muy desdichado; y
cansado..., cansado. É1 susurro del papel me irrita el cerebro. Mis oídos parecen haberse vuelto
hipersensibles. Seguiré un rato sentado y pensaré...
»¡Chissst! Oigo algo abajo..., abajo en los sótanos. Ha sido un crujido. ¡Dios mío!, ¿será que han
abierto la gran trampa de roble? ¿Quién puede hacer una cosa así? El rasgueo de la pluma me
resulta ensordecedor...; debo escuchar... Oigo pasos en la escalera; pasos extraños, apagados, que
suben... (Jesús, sé piadoso conmigo, con este anciano! ¡Oh, Dios, ayúdame! ¡Jesús! La puerta se
abre... lentamente... Alg...»
Eso es todo.
NOTA. Arrancando de la palabra sin terminar, se observa en el Manuscrito una débil línea de tinta,
que sugiere que la pluma se deslizó en el papel, posiblemente debido al miedo y la debilidad. (El
Edit.)
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HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA
CONCLUSIÓN
Dejé el Manuscrito, y dirigí una mirada a Tonnison: estaba sentado, con los ojos vueltos hacia la
oscuridad de la noche. Aguardé un minuto; luego dije:
¿Y bien?
El se volvió lentamente y me miró. Sus pensamientos parecían estar muy lejos.
¿Estaba loco? pregunté, y señalé el Manuscrito con un gesto de cabeza.
Tonnison me miró un instante sin verme; luego volvió en sí, y de repente, comprendió mi pregunta.
¡No! exclamó.
Abrí la boca para manifestarle mi opinión contraria, pues mi sentido de la sensatez de las cosas no
me permitía aceptar la historia literalmente; pero la cerré otra vez, sin decir nada. De alguna
manera, la firmeza de la voz de Tonnison despertó mis dudas. Inmediatamente me sentí menos
seguro; aunque no me había convencido ni mucho menos. Tras unos momentos de silencio,
Tonnison se levantó, rígido, y empezó a desvestirse. Parecía poco dispuesto a la conversación; así
que no dije nada, y seguí su ejemplo. Estaba cansado, aunque imbuido todavía por la historia que
acababa de leer.
De alguna manera, mientras me envolvía en las mantas, me vino a la mente la imagen de los viejos
jardines, tal como los habíamos visto. Recordé el temor singular que el paraje había suscitado en
nuestros corazones, y empecé a sentir la convicción de que Tonnison estaba en lo cierto. Era muy
tarde cuando me levanté: casi mediodía; la mayor parte de la noche la había pasado leyendo el
Manuscrito.
Tonnison estaba de mal humor, y yo me sentía apesadumbrado. Era un día algo lúgubre, y había
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