[ Pobierz całość w formacie PDF ]

movieron en el sentido opuesto; fue un viento cálido, como si hubiera pasado algún
espíritu, y Caylen sintió que los pelos de la nuca se le ponían de punta. Miró orilla arriba y
abajo, pero no vio nada excepto las amplias y suaves aguas que se curvaban de norte a
sur.
Detrás de él, el bosque permanecía en absoluto silencio. Las pequeñas sendas
trazadas por los animales se elevaban hacia las colinas del interior y los valles de un
territorio por el que ninguno de los habitantes de Caswallon se había aventurado aún.
Desde las ramas altas de los árboles situados cerca del poblado se podían ver aquellas
colinas, sombreadas por las nubes, verdes, y también se podía observar una sierra. Pero
era una sierra por la que no había viajado ningún hombre, o bien no podía recordar a
nadie que hubiera viajado por allí. Hubo quien lo intentó; habría sido un paso más fácil en
el viaje hacia el norte para llegar a la depresión y los densos bosques donde no vivía
ninguna tribu y la caza era buena. Pero cuando el viajero se aproximó a la sierra se topó
con una barrera imposible de franquear: los rápidos, o los acanalados, o los pantanos
impenetrables se lo impidieron. Así pues, el territorio situado más allá de los rápidos era
un misterio, incluso para el muchacho que podía ver más allá de la ilusión del peligro.
Caylen sólo se había aventurado una vez por los silenciosos y densos bosques, y no
hacía mucho de eso. Había permanecido en un claro, junto a una corriente contenida por
las maderas de los árboles, y desde allí miró hacia las faldas de una colina. Creyó haber
escuchado el sonido de un poblado al otro lado. Pero cuando trató de cruzar la corriente
bloqueada, se vio repentinamente asaltado por el temor, de modo que se volvió y echó a
correr frenéticamente en dirección al río.
Sabía que aquellos temores eran una tontería, producto de la ilusión que protegía
aquella zona de terreno del resto de los miembros de su poblado.
Sin embargo, ahora volvió a sentir aquel mismo recelo, mientras contemplaba el
territorio tenebroso. Respiró profundamente, lanzó una piedra entre los árboles y dio unos
pocos pasos hacia ellos, pisando los helechos, hasta que se desvaneció entre el follaje.
A medida que sus ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad, pudo ver el tótem de
metal, allí de pie. Alto, de patas alargadas, con los brazos extendidos, los ojos muy
grandes y muertos... Apenas pudo dar un vistazo en el instante en que el sol logró
penetrar el follaje, y pudo ver que era plateado, metálico, como un dios de hierro erigido al
borde de un territorio tribal. Escuchó un sonido, un lamento, como el de un hada que
anuncia una muerte, pero fue un sonido distante y simplemente le hizo mirar a su
alrededor, asustado.
Penetró un poco más en el bosque, eligiendo cuidadosamente el camino. El lugar
parecía extrañamente silencioso, sin pájaros, sin el susurro de las hojas movidas por el
viento. Tuvo la sensación de estar siendo observado.
Cuando llegó ante la corriente obturada por los troncos volvió a señarse invadido por el
temor, pero en esta ocasión lo enfrentó, saltó sobre las carcasas podridas de árboles y
ramaje, y pocos pasos después llegó a un claro cubierto de cardos.
Lo que vio allí le dejó asombrado. Eran las ruinas de un edificio construido en piedra.
Era casi tan alto como un roble, y sus ventanas eran rectas y perfectamente regulares.
Las enredaderas, la hiedra y las malas hierbas de todo tipo crecían sobre toda la
estructura, haciendo aún más fuerte su aspecto de abandono.
Caylen había oído hablar de la existencia de edificios de piedra. Se decía que en el
norte de su propio territorio las casas se construían con piedras blancas apiladas unas
sobre otras. Y que al otro lado del océano, en territorios donde el sol brillaba todo el año,
había una raza de guerreros que construían edificios de piedra tan altos como las nubes.
Un delgado aro de hierro rodeaba el edificio en ruinas. Olía ligeramente mal y cuando
Caylen lo tocó experimentó un escalofrío desagradable en la piel que le hizo retroceder.
En el instante siguiente un murciélago gritó cerca de él, tan fuerte que él mismo lanzó
un grito del susto, se volvió y echó a correr, viendo cómo aquella bestia nocturna trazaba
dos círculos a través de los árboles, con las alas extendidas, y emitiendo todavía aquel
grito sobrenatural. Después, desapareció en el bosque, de regreso a su lugar de
descanso diurno.
Caylen contuvo la respiración y trató de impedir que sus manos siguieran temblando.
Finalmente, regresó tembloroso hacia el río y lo vadeó con rapidez.
Permaneció en la otra orilla durante un momento, contemplando el agua. Podía ver los
grandes rápidos de agua arremolinada. Unas rocas torturadas surgían de la corriente,
partiéndola en dos, como partirían a un hombre que fuera atrapado y arrastrado por ésta.
Observó la espuma del agua y los retumbantes remolinos que ésta formaba, y lo vio todo
como el plácido río que era en realidad. No podía comprender por qué sólo él podía ver
más allá de esta ilusión, y nunca comprendería quién creó aquel sueño ni por qué.
Pero por el momento sentía frío y estaba mojado. El corazón aún le latía con violencia y
todo su cuerpo estaba atenazado por el temor, por aquella clase de temor que ni siquiera
un enorme jabalí suelto era capaz de inducir en él.
El hombre del casco con cuernos acudía cada día al poblado en busca de comida y
bebida, y cada día se sentaba y trataba de comunicarse con Caswaiion y los demás. La
sensación de incomodidad era algo casi tangible. Ningún hombre se sentaba sin llevar la [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • gim12gda.pev.pl






  • Formularz

    POst

    Post*

    **Add some explanations if needed